El 2 de abril de 1982, Argentina celebró la recuperación de las Islas Malvinas y otros archipiélagos del Atlántico Sur, que se encontraban bajo usurpación británica.
La noticia desató una euforia nacionalista en todo el pueblo argentino, que terminó semanas después con la rendición.
Pasaron ya más de tres décadas de aquel episodio y año tras año vuelven a analizarse las circunstancias que rodearon la aventura militar en esos fríos territorios, donde hoy sigue flameando la bandera del imperio europeo.
La vida de los combatientes que terminó en la batalla, la suerte de los sobrevivientes que retornaron al continente y las teorías en torno a alianzas del enemigo y las diferentes estrategias utilizadas o que podrían haberse utilizado mantienen vivo este hecho violento, que sin dudas es un mojón en la historia reciente del país.
En los últimos días, la identificación de varios de los caídos devolvió el mapa de las islas al centro de la consideración pública.
Oficialmente, sin embargo, el reclamo por la soberanía argentina en las islas pierde cada vez más fuerza. Todo se limita a diálogos y gestos donde de antemano se rechaza cualquier intento de poner el tema sobre la mesa.
El Gobierno argentino no puede permitir que Malvinas se convierta en un recuerdo.
Las vías pacíficas y diplomáticas son terrenos donde deben utilizarse todos los recursos y herramientas disponibles, para que los derechos nacionales sobre el archipiélago sean irrenunciables.
La Patria, la historia y la sangre derramada por nuestros soldados impiden contemplar otra posibilidad.
Malvinas
